No cesaron los sueños. Caritas inacabables, caritas y gestos de aquellas figurinas olmecas que abundan en el Museo de Antropología en Xalapa... En sus sueños las caritas ya no estaban congeladas, sino que se transformaban de una en otra, siempre deteniéndose, sin embargo, en los rictus más conocidos.
Para algunos músicos, semejantes sueños hubieran sido motivo de profunda preocupación, siendo como es la música el arte temporal por excelencia, y por ende la antítesis de aquellas estatuillas milenarias. Pero Rudecindo acogió las visiones con la misma alegría antigua, huasteca y jarocha, que relucía en la mayoría de las caritas sonrientes.
Entonces no hubo remedio. Rudecindo entró en la práctica de agarrar su jarana al despertarse, y se dejaba llevar por los recuerdos de los ojillos almendrados y las sonrisas de satisfacción, que de alguna manera le dictaban secuencias de notas y tonos, subiendo, bajando, alargándose en algún gesto particularmente jocoso. Se dio cuenta de que, lejos de ser un estorbo, sus sueños le ayudaban a alcanzar una fertilidad y un ingenio sin precedentes en su experiencia como compositor. Sólo le faltaba enlazar lo que oía en ritmos y acordes mejor acoplados.
Mayor aun fue su dicha al descubrir que con una pequeña pero cargada dosis de café matutino--café recién cosechado de Coatepec o de sus alrededores, y recién tostado y recién molido--había encontrado el catalizador perfecto, y netamente veracruzano, para estimular su proceso creativo. Con el café, parecía retener más nítidos los rostros felices de su inspiración. Pero aun así no lograba tejer los fragmentos melódicos que se le surgían.
Por fin, en una noche de lluvias en que el frío inesperado de un vendaval le otorgó a Rudecindo un sueño más profundo que el normal, las vio moverse, continuamente, de cuerpo entero. Ahora sí, en vez de pararse torpemente entre estatuilla y estatuilla, como los diapositivos de antaño, las figuras seguían moviéndose, todo corrido, girándose y saltando, bailando, inclusive, sobre la tarima tradicional del huapango, sin dejar de ser manifestaciones de barro de la cultura madre mesoamericana.
Entre truenos y aguacero, se escuchaba la melodía artesanal que fluía, fecunda y pulida, de la voz y la jarana del huapanguero. Y con las iluminaciones instantáneas de los relámpagos, se veía la figura de Rudecindo, de gestos y muecas arrestados, renovando la arqueológica alegría jarocha en las altas horas del amanecer.
Thursday, September 17, 2009
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