Espejos hechos caudales, lluvias transparentes
nos iluminan en el Cerro Santa Lucía:
por el cielo harto, cristalino, de mediodía
vibran ondas intensas, andinas, relucientes.
Subimos y bajamos, en curvas cual serpientes,
entre estatuas, arcos, fuentes, untada alegría.
Con prisa o con pereza llega la epifanía
de vernos y conocernos entre tantas gentes.
Y en el silencio de la cima, el gran panorama:
la ciudad tendida, la cordillera pintada;
la brisa que nos abraza, a veces aun a besos,
y nos susurra, con cosquillas, el común drama
de la jornada del sol por la noche tapada
y la sangre fugaz que surge de nuestros huesos.
Thursday, March 31, 2011
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