Esa noche la robamos del día:
Del día, con sus turistas,
la noche plena, húmeda, tropical.
Y la luna llena, de pilón.
Dejamos atrás las hamacas alquiladas
de Semana Santa,
mil novecientos ochenta y nueve.
El guía nos llevó sigilosos por el sendero selvático.
Presagio de sensaciones prohibidas.
Entramos en el recinto fosforescente
de cal iluminada, de hueso pulido y relamido
por la lengua de la luna.
Subimos una colina y presenciamos hechizados
la llegada de un singular shamán emplumado,
que arrojaba plegarias canturreadas desde la base
de la Pirámide de las Inscripciones.
Esquivamos el rito solitario y subimos
donde no debimos:
alturas del Observatorio,
alturas del viaje de los hongos alucinógenos
ofrecidos de repente, pero casi de obligación.
Calamos, bajo estrellas multiplicadas,
horizontes milenarios
y no por eso nunca antes vistos.
De regreso por la selva túrgida
nos detuvimos en el Baño de la Princesa
a nadar como recién nacidos,
desnudos como tímpanos enteros y estirados
entre la urgencia retumbante de las ranas
y la nítida sordez del sagrado mundo sumergido.
En algún momento regresamos
sin consecuencias evidentes.
Sin embargo es mentira,
porque sigo allá en Palenque,
tendido en una hamaca de vibraciones,
en sueños repercusivos,
en ecos que se alejan
sólo cuando no se aproximan.
Como la luna.
Wednesday, May 23, 2012
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