Diecisiete de diciembre,
mil setecientos noventa:
bajo el Zócalo de México,
mientras cavaban la tierra,
unos obreros hallaron
un disco enorme de piedra
que pronto quedó apodado
como el Calendario Azteca.
Así renació Tonatiuh,
surgido de esa manera
sorpresiva, polvoriento,
con mueca de boca abierta
y con sed de sangre nueva.
Cerca de doscientos veinte
fueron los años so terra.
Siglos enteros de olvido
como los de las cuatro eras
anteriores: unos mundos
apagados como estrellas.
Un poco más de dos siglos
para serpientes gemelas
que, viéndose cara a cara,
circundan la periferia
de cola a cola encendidas:
Queztalcóatl y su cuate Ehécatl
sacan chispas de las lenguas.
Tres metros y medio mide
el diámetro de la rueda.
Los íconos de los días
forman, en aro, veintena:
lagarto, viento, más casa
e iguana el ciclo comienzan;
serpiente, muerte, venado,
conejo; luego agua, perra,
mono, hierba y caña; siguen
jaguar y águila, de guerra;
buitre, temblor, pedernal,
lluvia y flor el aro cierran
para contar las trecenas.
Veinticuatro toneladas
de basalto el astro pesa,
pero su imagen pesada
luce leve en la moneda.
¿Aguila o sol? preguntamos
cuando un buen volado se echa:
tan sólo por un instante
Tonatiuh a girar regresa,
colgado en el aire breve,
garras crispadas, hambrientas.
¿Sacrificio? ¿Destino? No:
opciones que se revelan,
caras y artes descubiertas.
Monday, May 17, 2010
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment