Escondida está la ciudad dorada,
sus tesoros envueltos en maraña.
Los fieles locales guardan con saña
su secreto, cual súplica sagrada.
Quien encuentre la entrada deseada
tendrá que dominar fuerza con maña:
el cacique, que en su lago se baña,
a sus guerreros manda a la emboscada.
Y El Dorado zambulle entre destellos
de su antiguo museo sumergido.
Sus riquezas son los reflejos bellos
de lo que los iberos no han intuido:
que en vez de espadas clavar en poblados,
hubieran aprendido a echar clavados.
Sunday, January 2, 2011
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